Los jóvenes se agolpaban en los andamios de la fachada
de la catedral en construcción para que, siguiendo un riguroso orden de
seguridad, pudieran tocar y zarandear tan insigne y gigantesco instrumento.
Querían creerse de nuevo protegidos por la ley de lo divino. Después de tocar
con sus manos la campana, se tocaban su cara y su corazón, con la esperanza de
sentirse protegidos para siempre.
Una suave brisa se fue deslizando por todos y cada uno
de los habitantes de aquella renacida ciudad. Al roce con sus caras, estos cerraban los ojos y
dejaban que una sonrisa de placer aflorara en sus cansados rostros. Sentían la
purificación fluir entre ellos y les hacía sentir que se iba a quedar para
siempre. Jugaba con los bigotes y barbas largos, haciendo cosquillas a aquellos
que los portaban. Levantaban los largos cabellos de las damas allí presentes.
Enrojecían las mejillas de los recién nacidos. Y, cuando el primer repique de
campana salió de aquella refulgente cavidad, la brisa divina ascendió al cielo
y formó una capa que todos observaban con los brazos levantados, esperando con
ansias el desenlace.
Los jóvenes se iban turnando con más rapidez en el
zarandeo de la campana, lo que provocó que una melodía, sin coherencia ni
sinfonía, dirigiera sus notas hacia el manto que cubría el cielo de la ciudad.
Cuando lo alcanzó provocó en él un estallido que lo convirtió en miles de
millones de gotas de rocío, que salieron disparadas sobre las innumerables
cabezas que se hallaban reunidas en aquella plaza. Su olor a rosas hizo que
todos ellos se abrazaran en una colectiva demostración de amor sin fin.
Leslie sintió vértigo en su corazón. Nunca antes nada igual le había sobrecogido de forma tan
completa. Erick se dio cuenta de ello y le cogió fuertemente la mano.
Los
ancianos comenzaron a cantar canciones que no entonaban desde mucho antes de la
aparición opresora de Malmuira. Solamente una portadora de la verdad, o así se
creía ella, era la que no estaba disfrutando de la felicidad comunitaria.
Al levantar de nuevo su mirada lo primero
que vio fue la carita dormida del niño, que reposaba sobre el hinchado pecho de
una madre extremadamente preocupada y exhausta. Las lágrimas de ella salían
dolorosamente de unos ojos envejecidos, que se agrietaban con el cortante frío,
acusado por la velocidad del caballo. Sus gotas saladas se cristalizaban en el
aire como perlas de perfecta redondez. Anna logró coger una al vuelo. Al entrar en contacto con sus dedos, se
desvaneció en millones de moléculas microscópicas que no dejaron más que un fino polvo. En milésimas de
segundo se fundiría con el aire que rodeaba
aquella espesa atmósfera.
- El niño, la cara de ese niño. Yo conozco a ese niño
-susurraba Anna-.
Sus párpados pesaban tanto que no pudo evitar ser
seducida por su amigo inseparable: el sueño. Cayó al suelo de nuevo como
tierna hada Asrai, que se disuelve en la brisa del tenue tacto mortal de los
primeros rayos de sol.
- No entiendo, Gertrud,
¿por qué ella tiene todos esos privilegios y nosotras siempre tenemos que andar
a las justas y con miedo, con todo lo que hacemos? -susurró Anna, cabizbaja
para evitar que las ondas de su voz llegaran a oídos de las dos adolescentes-.
- Bueno, nosotras también somos un poco rebeldes, ¿no te
parece? Con nuestras escapadas al bosque y al bajo del granero - ambas se
echaron a reír, de tal manera que sor Berenice las oyó y les ordenó callar-.
- Sí, tienes razón, pero la diferencia es que nosotras
siempre lo tenemos que hacer a hurtadillas y sin que nadie lo sepa. Breana hace
lo que quiere, como quiere y cuando quiere y todas las monjas lo saben -detalló
Anna, aunque, como era característico en ella, sin rastro de maldad en su cara
y dejándose llevar-.
- Sí, tienes razón, pero hay una explicación, su padre,
el Sr. Rochester, es el que más dinero paga de todos los padres. Sin él,
posiblemente, todo el colegio habría cerrado ya hace mucho tiempo y nosotras no
estaríamos ahora aquí sentadas, desayunando y hablando sobre Breana en estos
momentos. ¿Sabes que éste es el último año para ella en el colegio? Tiene que
dejarlo antes de tiempo, según indicaciones del Sr. Rochester. Pero, su padre y
las monjas llegaron al acuerdo de que,
si dejaban que su hija hiciera lo que le viniera en gana, él seguiría pagando
al colegio mucho dinero, incluso después de la salida de su hija. Nadie
entiende por qué del interés de su padre por seguir pagando tanto dinero, cuando
ni siquiera viene a verla desde hace años. Nadie sabe a dónde irá a vivir
cuando termine este curso. Calla, calla, que se acercan y nos van a oír -explicaba Gertrud, en el mismo momento en
que le asestaba un fuerte codazo a Anna. Esto hizo que su leche, con los
cereales ya casi deshechos, se vertiera sobre una de las botas de Breana-.
- Pero, ¿¡qué demonios has hecho, niña inútil!? -gritó
Breana, que no lograba quitar sus ojos de la papilla que tenía pegada en la
punta de su calzado-. ¿Qué es lo que estás desayunando? ¡Me has destrozado el
par de botas que más me gusta! ¿Acaso sabes cuánto cuestan estas botas? ¡Mírame
cuando te hablo! -Breana Rochester se paró en seco ante Anna y Gertrud,
mientras hacía aspavientos con sus brazos-.
Anna miró a derecha e izquierda para ver si se estaba
dirigiendo a otra persona; pero, no, era a ella a quien, aquella chica vestida
de negro, estaba hablando.
- ¿Eres sorda? Doris, ¡parece que nos ha venido una sorda
en la nueva remesa! -su compañera se
rió, mientras sor Berenice permitía este comportamiento desde su alto sillón.
Volviendo su mirada otra vez hacia Anna, Breana remató- Ah, no, espera, espera,
espera. Es muda. ¿O ambas cosas? Solo hay un detalle que no entiendo y es ¿cómo
es posible que hayan pasado dos meses desde el principio del curso y no me haya
dado cuenta de tu presencia? No me lo explico cómo un par de niñas tan
insignificantes me han pasado desapercibidas. O, quizá ésa sea la razón, por
ser tan pequeñitas - y Doris rió aún más, a pesar de que la cara de Breana
dejaba entrever su gran enfado-.
- ¡Ya está bien, señorita Breana, siéntese y deje a la
señorita Anna desayunar en paz! -ordenó sor Berenice-.
Anna tenía la cabeza agachada, porque todas las miradas
del comedor se dirigían hacia ella. Justo cuando la incitadora señorita
Rochester empezaba a girarse para marcharse, Anna, aún con sus ojos dirigidos
hacia la taza de leche que tenía frente a ella, susurró en voz muy baja unas
palabras.
- No soy ninguna de las dos cosas, ¿qué se habrá creído?
Gertrud volvió a darle un codazo en el brazo para
indicarle que Breana se había enterado de lo que su amiga acababa de decir y,
justo cuando parecía que se iba a marchar del todo, se estaba girando hacia
ellas de nuevo.
- ¿Disculpa? Mira, mocosa... -dijo furiosa la consentida
de sor Berenice, cogiendo el brazo derecho de Anna, en un gesto de gran
provocación y mal temperamento-.
Súbitamente, Breana tuvo que desistir de este acto, poco
heroico y un tanto cobarde, al enfrentarse a una niña de ocho años. No fue precisamente
la edad de Anna lo que la convenció para no seguir adelante. Al agarrarle el brazo derecho, su mano izquierda
ardió de manera muy dolorosa, tal y como
si hubiera cogido un trozo de leña recién expulsado de la hoguera. Elevó la
mano hasta su cara y pudo observar que, en la palma de la misma, se había
marcado una señal que le era demasiado familiar. Tenía que asegurarse por
completo de su presentimiento y eso le iba a llevar muy poco tiempo. En el
momento en que volviera a su habitación se pondría manos a la obra. Volvió su
mirada, mezcla de ira, temor y complacencia, hacia el brazo de Anna, pero ésta
ya lo estaba retirando de las vista de todas. La miró a los ojos y le sonrió.
No era una sonrisa maliciosa, pero tampoco todo lo contrario, era más bien esa
sonrisa picarona y un tanto atemorizada, que provocó que cada minúsculo pelo de
su cuerpo se estremeciera..
En el comedor, y después de que sor Benerice bendijera los alimentos que iban a tomar, se
sentaron y empezaron a desayunar.
En eso, entraron por la puerta dos chicas, pertenecientes
al último
curso. Se trataba de Breana Rochester y Doris Kirkpatrick. Intentaban siempre
llamar la atención y
destacar sobre el resto. Eran admiradas por todas las demás niñas, porque eran las únicas chicas de todo el
colegio que tenían
permiso de la Madre Superiora para llevar maquillaje y las faldas un poco más elevadas por encima de la rodilla. Y todo porque sus padres eran los
que más dinero aportaban para el colegio. En concreto, la "chica líder" era la única, de las dos, que se pintaba las uñas y el contorno de ojos
de puro negro azabache.
Llevaba uniforme
reglamentario; pero, con tantas variantes, que aquello ya hacía tiempo que había dejado de ser formalmente aceptable. Breana, junto a Doris, se
consideraban incondicionales seguidoras del estilo Steampunk. Una moda donde la
época victoriana inglesa se hallaba en su momento más álgido. A la joven Rochester no le faltaba detalle ornamental, siempre y
cuando fuera oscuro, deprimente y etéreo. Le encantaban los
corsés; pero, debía ocultarlos o reservarlos para la intimidad, ya que esa prenda de
vestir sí resultaba demasiado llamativa para las niñas de tan corta edad de
los cursos inferiores. A ese acuerdo había llegado con la Madre
Superiora. De lo que no renunciaría jamás era de los sombreros altos, los camafeos con fotografías de personas muertas del siglo XIX, gargantillas de terciopelo o botas
hasta la rodilla. La mayoría de sus vestidos, por no decir todos, tenían la cintura muy alta,
anudada bajo el pecho pero sin llegar a marcar la figura, y sus faldas siempre
superponiéndose en varias capas. Las gafas de aviador nunca le fallaban, así como tampoco un catalejo de gran aumento y guantes sin las puntas de
los dedos. Los colores predilectos: el negro y el marrón oscuro, combinados con algún granate llamativo.
Tampoco llevaba su largo
pelo recogido hacia atrás, como exigían las reglas, si no suelto y particularmente lacio y negro. La mitad de
las niñas decían que era para revelarse contra las normas tan rígidas de las monjas, mientras que la otra mitad pensaba, seriamente, que
hacía ritos extraños y magia negra en su habitación. Era la única de todo el colegio que tenía total y absoluta
privacidad. Tenía una amplia habitación en lo alto de una de las torres del antiguo convento, para ella sola.
- Desde allí muchas veces yo la he visto abrir la ventana en días de plena tormenta, en mitad de la noche, y soltar un pájaro extraño, acompañado de una oración con palabras que nunca antes había escuchado, y mucho
menos entendido -decía Blanche, que estaba sentada a la
izquierda de Anna. Pero, una vez más, nadie sabía si creer estas historias de su propia boca. Engordaba los sucesos
tanto, que llegaba un punto en que ni ella misma podía llegar a distinguir lo
que era mentira de lo que era cierto-.
Lo que sí
estaba más que claro para todas ellas era que la actitud de Breana no era nada
normal ni convencional, al menos para las estrictas reglas del convento en el
que vivía gran parte del año.
En el futuro, las niñas del
colegio de Saint James demostrarán, además de sus otras múltiples cualidades,
que tienen unas voces sorprendentes. Aunque ya las vimos en el Capítulo 1, a
continuación os las enumero y, así, tenéis una idea más conjunta de todas
ellas.
Esto es solo el principio. En la
historia hay tantos personajes y lugares que no podrás perder el hilo de nada
ni de nadie.
Ayudadme a hacer que la leyenda continúe
haciéndose inmensa.
- ANNA HARDY: Rubia y de ojos estremecedoramente azules. Su
padre es Tom Hardy. Su madre biológica Maria Olofsson. Su madre adoptiva
Elizabeth Thorn.
- GERTRUD MCEVOY:
Irlandesa de Belfast, pelirroja a morir, pecosa, aventurera, desordenada y la
mejor amiga de Anna.
- VICTORIA MIDDLETON:
Tartamuda, regordeta, morena y extremadamente pálida.
- EDUBINA KENDIX:
Gordita de pelo castaño, de muy mal carácter, envidiosa y rotundamente
maleducada y mimada.
- EVELYNE BAEN:
Supeditada por completo a las órdenes de Edubina, en un principio, rubia,
blanquecina y falta de carácter.
- AUDREY SCOTT: La
más alta de todas, de porte estilizado, pelo castaño y se marea por el más
mínimo sobresalto.
- RONNETTE CAMPBELL:
De gran nariz y mirada inteligente, suspicaz. Conoce absolutamente todos los
idiomas y lenguajes del mundo.
- FLORENCE CRANE y DAVIANA
BALFOUR: Completamente inseparables. Temerosas en todo momento, sus
melenas son largas y morenas.
- BLANCHE NATHAIRA:
Mentirosa por defecto. Albina y la más baja en altura.
- KIRSTY BANNER:
Tiene la capacidad de sacar de sus casillas a todo el mundo. Ha de tenerlo todo
al instante. Rubia de ojos verdes y figura perfecta.
- MARY CAMERON:
Solitaria y espiritual, con voz muy suave y se ruboriza con gran facilidad.
El colegio de Anna (antiguo monasterio de la Edad Media, donde vivió Eliot) está en lo alto de Merrick, en las Colinas de Dumfries & Galloway, en las Southern Uplands de Escocia.
Entraron
en el comedor donde siempre se reunían todos los cursos del colegio a desayunar a las 7
de la mañana, comer a la 1 de la
tarde, merendar a las 6 y cenar a las 9.
Hoy
era un día especial. No comerían en el colegio debido a la excursión programada al museo nacional de Edimburgo. Allí verían y estudiarían cuadros impresionistas y modernos, esculturas de
los mismos pintores impresionistas y modernos, borradores sobre pinturas y
esculturas de los mismos pintores y escultores impresionistas y modernos. Pero,
en especial, estudiarían las obras de un autor,
Henry Fuseli. Es decir, otro día más, tedioso y aburrido. Lo único que lo salvaba de ser un día tan monótono como el resto del año era el hecho de salir de los cuatro muros de
siempre, que a veces tanto les asfixiaba, y de huir de las cientos de hectáreas de campo interminable que las rodeaba.
A
todas les hacía ilusión las canciones del trayecto en autobús, aunque la mayoría fueran canciones religiosas. Sin embargo,
confiaban en que el Sr. Brewster, el conductor, las salvaría con alguna que otra canción divertida. La comida en el parque nacional sobre
el césped y la visión de niños de su misma edad, que no llevaran faldas todo el
tiempo y que les fuera permitido decir tacos, por el mero hecho de ser chicos,
jugar al fútbol y tener sangre en
los labios a causa de las caídas en el juego, era algo
que verdaderamente entusiasmaba a las alumnas.
- Sí, esto es muy emocionante -decía Gertrud, que tanto echaba de menos a sus siete
hermanos varones. De ahí su carácter rudo y demasiado rebelde en ocasiones-. Pero,
hemos de hacer algo para que sea mucho más emocionante aún, Anna.
-
Gertrud, no me líes que ya bastante la he
montado esta mañana -dijo Anna-.