Entraron
en el comedor donde siempre se reunían todos los cursos del colegio a desayunar a las 7
de la mañana, comer a la 1 de la
tarde, merendar a las 6 y cenar a las 9.
Hoy
era un día especial. No comerían en el colegio debido a la excursión programada al museo nacional de Edimburgo. Allí verían y estudiarían cuadros impresionistas y modernos, esculturas de
los mismos pintores impresionistas y modernos, borradores sobre pinturas y
esculturas de los mismos pintores y escultores impresionistas y modernos. Pero,
en especial, estudiarían las obras de un autor,
Henry Fuseli. Es decir, otro día más, tedioso y aburrido. Lo único que lo salvaba de ser un día tan monótono como el resto del año era el hecho de salir de los cuatro muros de
siempre, que a veces tanto les asfixiaba, y de huir de las cientos de hectáreas de campo interminable que las rodeaba.
A
todas les hacía ilusión las canciones del trayecto en autobús, aunque la mayoría fueran canciones religiosas. Sin embargo,
confiaban en que el Sr. Brewster, el conductor, las salvaría con alguna que otra canción divertida. La comida en el parque nacional sobre
el césped y la visión de niños de su misma edad, que no llevaran faldas todo el
tiempo y que les fuera permitido decir tacos, por el mero hecho de ser chicos,
jugar al fútbol y tener sangre en
los labios a causa de las caídas en el juego, era algo
que verdaderamente entusiasmaba a las alumnas.
- Sí, esto es muy emocionante -decía Gertrud, que tanto echaba de menos a sus siete
hermanos varones. De ahí su carácter rudo y demasiado rebelde en ocasiones-. Pero,
hemos de hacer algo para que sea mucho más emocionante aún, Anna.
-
Gertrud, no me líes que ya bastante la he
montado esta mañana -dijo Anna-.
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