Para
entonces, Anna ya estaba entreabriendo sus ojos. Se encontraba mucho más tranquila, debido a la familiaridad de las voces
que desde "el otro lado" le llegaban con mucha más nitidez. Lo que la terminó por despertar fue uno de los ensordecedores truenos
de la fuerte tormenta que estaba cayendo fuera.
Efectivamente,
eran las primeras horas de un gélido día
de otoño, donde las lluvias de los últimos cinco días
darían paso muy pronto a la nieve, que cubriría las colinas de Dumfries & Galloway, durante los siguientes meses. Había olvidado por completo, desde la confusión del sueño, que continuaba en el colegio de
monjas, y no en su casa.
A
Anna apenas le importaba aquel terrible tiempo, porque su personalidad melancólica se regocijaba siempre con la llegada de los días oscuros y nublados. Casi siempre la podías encontrar sonriendo e imaginando, en su cabeza
cubierta por una poblada melena de rizos dorados, otros mundos, criaturas e
idiomas, que no fueran los suyos propios. Por eso, finalmente, y por muchas lágrimas, derramadas en silencio y a ocultas, que le
costara al principio, estaba encantada de que su padre y su madrastra hubieran
decidido llevarla al mejor
colegio privado de monjas del Reino Unido, el Saint James. Al no poder hacerles cambiar de opinión, había decidido, al menos, que lo mejor sería aceptar la nueva situación
sin reparos, como siempre había hecho.
Estaba
claro que su madre biológica la había
sometido a un enclaustramiento forzado, aunque apenas se había sentido angustiada por ello, ya que había tenido la infancia más
dulce que se podía desear. Sin embargo, con su madrastra
era diferente. Con ella en la casa, que su verdadera madre había construido, lo último
que quería Anna era permanecer en las habitaciones donde
tanto cariño había recibido en el pasado. Eran demasiados
sentimientos encontrados en una mente tan joven como la de la niña, como para saber ciertamente lo que deseaba.
Y
no podía desear más
de lo que tenía frente a ella el primer día que se puso ante las puertas de aquel inmenso
edificio de principios del año 1000. Más
tarde supo que, en sus inicios, había sido un monasterio para monjes de la
Edad Media. Ahora, le resultaba un tanto paradójico,
era un colegio privado única y exclusivamente para niñas de la alta aristocracia británica, situado al final de la gran elevación, llamada Merrick, en Dumfries & Galloway, en las Southern Uplands de Escocia.
Desde
la ventana que había sobre su cama, en los días de espesa niebla, el antiguo monasterio se veía asediado, a sus pies, por un infinito manto
blanco, que, para Anna, venía a representar, dentro de su mente
voladiza, un mágico lago cuyas aguas la podrían llevar más
lejos aún. En las noches claras las aguas del Loch Enoch,
hacia el este, pintaba el iris de los ojos de la pequeña, cuando se escabullía,
junto a Gertrud, hacia los escondites más
imposibles del colegio.
El
primer día de colegio, la primera semana de septiembre de 2010, en Anna se juntaron un cúmulo de batallas encontradas. A la vez que alegría, también sentía
una profunda pena al ver que, por primera vez en su vida, se iba a alejar por
un largo período de tiempo de su casa. Pero, lo que más iba a echar de menos, sin duda alguna, iban a ser
los pasteles de cabello de ángel, coco y almendras, junto con la mermelada
de tomate, que la cocinera de casa, Amelie, hacía
cada invierno.
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