Bajaron
hacia un escondite que había debajo de las cuadras.
En él hacía años que ninguna de las monjas se adentraba, por la
gran cantidad de bichos que, suponían, debía de haber.
-
Pero, a mí no hay bicho que se me
resista. Un día, y mira que a mí eso sí que me da miedo, me cayó en la cabeza una araña así de grande -emulaba con sus manos el tamaño correspondiente a un metro de largo-.
-
Anda, exagerada, jajaja, ya te vas pareciendo demasiado a Blanche con todas las
mentiras que sueltas -le decía Anna, riéndose abiertamente-.
Durante
las semanas siguientes aquel subterráneo, al que bautizaron con el nombre de
"Apartamento de Solteras", se convirtió, siempre que encontraban el más mínimo hueco libre, en su lugar de evasión. Lo adecentaron un poco más de lo que lo tenía Gertrud y, con un poco de paja y sábanas, que habían logrado esconder, hicieron un par de sofás realmente cómodos.
- Ya
solo nos falta una tele, jajaja -bromeaba Gertrud-.
- ¿Sabes lo que echo de menos, Gertrud? -la amiga Anna
negaba con la cabeza. Ambas estaban tumbadas boca arriba, con las manos debajo
de sus respectivas cabezas, mirando hacia el techo, compuesto de tablones
agrietados que formaban el suelo del establo del convento. Los minúsculos puntos de luz que se filtraban por los
agujeritos producidos por la carcoma, simulaban estrellas lejanas en un cielo
entablillado-. En casa mi mamá me hizo una habitación en la parte más alta. Es una torre en la parte oeste.
- ¿Parte oeste? Hija mía, pero ¿tú dónde vives, en el palacio de Buckingham? -dijo Gertrud,
que no paraba de bromear-.
-
Calla, tonta, que esto es serio. Como te decía, en lo más alto de la torre más alta, de la parte del terreno más elevada, yo tenía una habitación con el techo completamente de cristal. Bueno,
cristal cristal no era, porque era más que cristal. Mi mamá decía que lo mandó encargar en Venecia. La cosa es que nunca, nunca,
nunca se manchaba. Cualquier partícula de cualquier naturaleza era expulsada por ese
cristal. La suciedad lo temía. La habitación parecía que, en lugar de tener un techo, estuviera siempre
al aire libre. El cielo entero para mí y mi mamá. No había nada en toda la sala, solo un par de finos
colchones. Ella y yo, en noches claras, cuando las estrellas se veían más cerca que nunca, nos tumbábamos allí, con un disco de uno de sus conciertos de piano.
Bueno, tú sabes que mi mamá era una pianista muy famosa, ¿no? -Gertrud negaba con la cabeza-. Bueno, pues lo
era. Levantaba la mano e iba indicando las diferentes constelaciones que conocía. Siempre eran las mismas, lógicamente, porque la habitación no se movía. Mi mamá me llegó a decir que, si tuviera el suficiente poder, haría girar el mundo, para que yo pudiera ver, desde
allí, todas las estrellas existentes.
Estos pequeños puntos parpadeantes de
este techo tuyo y mío, Gertrud, me han
recordado a aquellos momentos. Después, siempre me cantaba la misma nana. Era tanta la
paz que me daba que siempre me quedaba dormidita. ¿Te la canto? -Gertrud asintió- Pero, es en sueco, porque mi mamá era sueca. De todas formas, suena igual de bonita
Sov, du lilla videung, än så är det vinter,
än så sova björk och ljung,ros och hyacinter.
Än så är det långt till vår,innan rönn i blomma står,
sov, du lilla vide, än så är det vinter.
Än så är det långt till vår,innan rönn i blomma står,
sov, du lilla vide, än så är det vinter.
Solskens öga ser på dig, solskensfamn dig vaggar.
Snart blir grönt på skogens stig, och var blomma flaggar.
Snart blir grönt på skogens stig, och var blomma flaggar.
Än en liten solskensbön, vide liten blir så grön.
Solskensöga ser dig, solskensfamn dig vaggar"
Solskensöga ser dig, solskensfamn dig vaggar"
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Duerme, pequeño sauce, todavía es invierno,
Aún duermen el abedul, el brezo, las rosas y los
jacintos,
Todavía queda mucho para primavera, para que florezca
el azarollo
Duerme pequeño sauce, que todavía queda
invierno.
Los ojos del sol te miran y el abrazo del sol te
acuna.
Pronto el camino del bosque se pondrá verde y cada
flor florecerá
Aún una pequeña oración del sol,
sauce pequeño que te pongas verde
Ojo del sol que te mira, abrazo del sol que te acuna
Anna
se calló al terminar de cantar la
nana, cerró los ojos y una lenta lágrima comenzó a caer por su mejilla derecha.
- La
echas de menos, ¿verdad? -Anna asintió ante la pregunta de su amiga-. Ya sé que no tienes hermanos ni hermanas, y a mí me sobran, para que veas. Así que me puedes considerar como tu hermana para lo
que quieras, Anna -y ambas se abrazaron-.
De
repente, escucharon un ruido sobre sus cabezas. Gertrud puso su dedo índice sobre sus labios para pedir a Anna que no
hablara.
-
Esas tontas niñas tienen que estar por
aquí, pero, ¿dónde? -oían a Edubina, y su pisar pesado, sobre sus
cabezas-.
- ¿Qué iban a hacer en el establo nuestras compañeras, Edu? ¿Estás segura de que las has visto entrar aquí? -preguntaba Evelyne-.
-
Llevo una semana entera siguiéndolas y siempre se
adentran aquí. Así que no cuestiones mis métodos de investigación. Cuando digo que han entrado aquí es porque han entrado aquí. Y una cosita más, querida Evelyne, ¡no sé cuántas veces he de decirte que no me llames Eduuu!
-increpaba Edubina a su inseparable perrito faldero-. Vámonos de aquí. Algo se me debe de haber escapado. Pero, la próxima vez las pillaré con las manos en la masa. Ya lo creo que las
pillaré.
Anna
y Gertrud reían con fuerza reprimida
aquella escena de envidia malsana de Edubina, que intentaba averiguar cuál era su escondite secreto.
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